Un viaje por el infierno, pero escribiendo

15 | 07 | 2022
Un viaje por el infierno, pero escribiendo

Al menos cuando la apuesta por la escritura fue a vida o muerte, Roberto Bolaño empezó a escribir poesía. Así explicaba el autor de 2666 sus comienzos en las letras. Se fue a México en 1968 y volvió a Chile con la idea de defender el gobierno de Allende. Pero vino el Golpe y cayó preso en noviembre de 1973 cuando viajaba en un bus a Concepción. El destino es conocido: estuvo 8 días detenido y lo liberó un viejo amigo de Cauquenes que por casualidad era uno de los detectives que tenía que custodiarlo. Luego volvió al DF y se convirtió en poeta a tiempo completo. En 1975 fundó el Infrarrealismo junto a Mario Santiago con el propósito, declararon, de "volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial". Por ello, fijaron como máximo enemigo al poeta y ensayista mexicano Octavio Paz. Siempre en el tono de verdad-mentira, de juego y realidad que plantea su literatura. "Como poeta soy muy poco lírico", decía Bolaño, "soy muy prosaico, muy cotidiano". Sus versos estaban teñidos por los de su gran héroe poético, Nicanor Parra. "Nicanor no hablaba de crepúsculos sino de comidas y ataúdes", decía el chileno que el 77 se fue a Europa y dejó huérfanos a los poetas infrarrealistas que lo seguían y que fueron retratados en Los Detectives Salvajes.
Para este chileno inclasificable en los diccionarios literarios, la poesía "es un gesto del adolescente frágil que apuesta lo poco que tiene y que generalmente pierde. Rimbaud y Lautréamont son los dos poetas adolescentes absolutos, donde la pureza es tal que quien se atreva a tocarlos se quema". Lo dijo en una entrevista en La Belleza de Pensar y luego afirmó "en este siglo (XX) la mejor poesía se ha escrito en prosa, Proust, Joyce y Faulkner tensaron el arco como no lo ha hecho la poesía".
Bolaño murió en 2003 y además de su portentoso catálogo de cuentos y novelas dejó libros de poesía como Los Perros Románticos, Tres y La Universidad Desconocida. Este último, editado por Anagrama en 1998, arranca con un prólogo que incluye unos versos inéditos en los que el autor defiende el oficio de escribir aunque sea bajo el influjo de "los demonios que han de llevarme al infierno, pero escribiendo".


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