Gatos, dueños y amos de la literatura

30 | 03 | 2022

Son dioses, pequeños tigres indolentes, amos del tiempo y afán de sus humanos adoptivos. A lo largo de la historia literaria, su andar leve volcó tinta indeleble sobre textos inconclusos, interrumpió el ritmo inspirado de máquinas de escribir y hoy, fiel a su tradición, eligen tomar un descanso sobre el regazo de un laptop, justo en medio de la trama. No respetan ninguna regla. Los ojos curiosos del gato han escudriñado como nadie obras maestras antes de ser despachadas a imprenta. Dueños absolutos de la noche, acompañan la soledad insomne de poetas y narradores con una altivez capaz de cambiar el rumbo de palabras y versos. Los adjetivos se arruman como nubes cuando los escritores hablan de ellos, cuando escriben de sus gatos, del "pequeño emperador sin orbe" como lo llamó Neruda en su Oda al gato.

Aquí comienza una serie de gatos y escritores… de autores hechizados por el poder hipnótico de estas breves fieras de salón.

Beppo, el dios guardián de Borges
Beppo irascible, Beppo bautizado en honor a un gato que tuvo Lord Byron, uno de los poetas ídolos borgianos. Beppo echado mostrando la guata junto al argentino al que se le "debe" un Nobel. Beppo jugando con los cordones de Borges. Beppo saltando súbitamente sobre el regazo de su amigo escritor. Beppo que antes se llamó Pepo en honor a José Omar Reinaldi, alias La Pepona, un delantero del River Plate. Pese al odio de Borges por el fútbol y sus efectos. Beppo. Un gato blanco que como pocos seres del planeta tuvo acceso a la intimidad del autor de El Aleph. Epifanía Uveda, ama de llaves del argentino, vio una tarde a Beppo mirándose en un espejo como si estuviera frente a un enemigo de su estatura. La mujer se lo contó al bonaerense nacido en 1899, quien luego le dedicó unos versos en su texto La cifra (1981): "El gato blanco y célibe se mira en la lúcida luna del espejo y no puede saber que esa blancura y esos ojos de oro que no ha visto nunca en la casa son su propia imagen". Beppo, al que Borges consideraba un dios que lo protegía cuando dormía a su lado, murió antes que el escritor. Lo acompañó por 15 años. "Quisiera morirme hoy mismo, pero no tengo la suerte que tuvo Beppo. Aunque a lo mejor sí, ahora que estoy con gripe, tal vez muera", dijo luego de la partida de su gato blanco.
Borges, que consideraba al felino doméstico dueño "de un ámbito cerrado como un sueño", murió el 14 de junio de 1986. De Beppo y su célebre compañero hay varias fotos y en todas el gato parece ignorar que posa junto a una de las cumbres de la literatura hispana.

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El coraje recuperado de Bukowski

Caminan con una dignidad sorprendente, pueden dormir veinte horas al día, sin duda y sin remordimiento: estas criaturas son mis profesoras". Así definía Charles Bukowski a los gatos. El escritor estadounidense dueño de una cruda prosa poética apodada realismo sucio, compartió sus rudos años de pobreza y alcoholismo con muchos gatos. El narrador estadounidense nacido en Alemania en 1920 teorizó sobre la compañía felina: "cuantos más gatos tengas más vivirás. Si tienes un centenar de gatos, vivirás diez veces más que si tienes diez. Algún día esto será descubierto, y la gente tendrá mil gatos y vivirá para siempre". Con su segunda esposa y última pareja, Linda Lee Beighle, llegó a tener 9 gatos en la casa que compartían en San Pedro, California. El autor de Pulp vivió 73 años en los que el fantasma de un padre golpeador y una madre que lo abandonó lo persiguieron en infinitas noches de alcohol y excesos. Los felinos fueron una gran compañía para el escritor que odiaba la vida social y los eventos. En su poema Mis gatos revela lo que estos animales indescifrables significaron en su vida: "cuando me siento bajo todo lo que tengo que hacer es ver a mis gatos y mi coraje vuelve". 

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Doris Lessing: no moleste al gato

La relación de Doris Lessing con los gatos parte en su infancia en África. La escritora llegó a los 5 años a vivir a Zimbabue y la granja que habitó su familia se vio infestada de animales salvajes y gatos que se reproducían sin control y se morían de sarna y otras enfermedades. Lo cuenta Doris en Gatos ilustres (1967), su libro dedicado a la relación que mantuvo con los distintos gatos que poblaron su vida. Muy lejos de esa infancia africana, cuando Lessing ganó el Nobel en 2007 una de sus preocupaciones fue que su gata se molestara con la presencia de la prensa en su casa en Londres.“Un gato es un auténtico lujo... lo ves caminar por tu habitación y en su andar solitario descubres un leopardo, incluso una pantera. La chispa amarilla de esos ojos te recuerda todo el exotismo escondido en el amigo que tienes al lado, en ese animalito que maulla de placer cuando lo acaricias”, escribió la autora británica que envolvía en toallas húmedas a sus gatos cuando estaban enfermos.

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Cortázar: Teodoro y Flanelle

Los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos". El extracto es parte del texto que Julio Cortázar le escribió al gato Teodoro W. Adorno, bautizado así en honor al filósofo alemán de la Escuela Crítica. Teodoro se cruzó en la vida del autor de Rayuela en sus vacaciones en Saignon, pueblecito del interior de Provenza donde pasaba las vacaciones con su mujer. Cortázar lo vio durante tres veranos que pasó en esa casa. Teodoro aparecía herido y enfermo proveniente del basural donde vivía. El escritor argentino lo curaba y le daba de comer, pero el felino callejero no cedía a su libertad y nunca se quedó a dormir. Al cuarto verano Teodoro, negro y con una manchita como una corbata en el cuello, no volvió. Cortázar lo evocó muerto. Pero un día comprando en el pueblo lo vio hecho un ovillo en el frontis de la casa de la Señorita Sophie, sacristana del pueblo. Quedó perplejo al verlo con vida, pero Teodoro ni lo miró. Lo ignoró con elegancia felina. Teodoro tenía otra casa y otra vida.

En internet circulan muchas fotos de Cortázar con un gato, pero se trata de Flanelle, la gata con la que vivía en París. Teodoro era negro y esquivo, Flanelle posaba junto al autor del cuento Casa tomada, se dejaba acariciar por extraños y lo acompañó por 15 años.
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